Puedes leer la primera parte pinchando aquí.
Pasado el medio maratón, ya de nuevo entre rascacielos, chute de energía al ver a mi mujer y al peque, aunque bueno, en esta ocasión si no me avisan ellos, yo nos los hubiese visto, ya que justo me pillaron mirando el GPS, y haciendo cálculos mentales de mi paso por el medio maratón. Poco después de nuevo me encontré con el espectador español, que en esta ocasión me grito “vamos Manu!!”. Y tras estos momentos de emoción y ánimos, cruzábamos nuevamente un puente, la quinta vez, y todavía nos quedaba un sexto paso sobre el río. Los puentes como indiqué en la parte I, son de rejilla abierta y la organización había puesto una alfombra para que la pisada no fuese tan molesta, aunque eso solo conseguía mitigarlo en parte.
Encarábamos una larga recta, dejando atrás los rascacielos y entrando en una zona más residencial. De nuevo, un momento de la carrera en la que, aunque había gente animando, no era tanto como en la zona que acabábamos de dejar atrás.
En torno a las dos horas de carrera tocaba tomar un nuevo paquete de gominolas, y de nuevo llegaba el sufrimiento, nariz taponada, vaso de agua helada, cuatro gominolas, había que masticarlas de una en una, a la vez que mantienes el ritmo y respiras por la boca… una verdadera odisea, que salvé como pude, intentando no perder mucho ritmo, y jurándome a mí mismo que era el último maratón en el que tomaba gominolas, para el próximo volvería a los geles.
Al final de la larga recta girábamos a la izquierda y nos encontrábamos con el PK25, por el que pasé con un tiempo de 2h 10´46”, a un ritmo de 5:14 min/km, haciendo el tramo desde el kilómetro 20 al 25 en 26´07”. En ese momento llevaba ya tres parciales de 5 kilómetros corriendo por sensaciones, olvidándome del GPS, y la verdad es que no me estaba yendo nada mal, ya que mantenía un ritmo regular, en el que me encontraba bastante cómodo, aunque también es verdad, que quedaban por delante los kilómetros más duros de un maratón, donde el ritmo suele resentirse.
Pasado el kilómetro 25, volvimos a encarar una larga recta de más de una milla, seguíamos corriendo por la zona residencial, deshaciendo el camino que habíamos hecho anteriormente, volviendo hacia el río. En ese momento del maratón son tan importante las piernas como la cabeza, y yo intenté motivarme con recuerdos, como los entrenamientos que hice por mi pueblo con altas temperaturas, o también venían a mi mente las dos últimas tiradas largas, de 18 y 16 kilómetros, que había compartido con mis compañeras de Adidas Runners Madrid, que tan amenas me resultaron, y que en ese momento me ayudaban a seguir recorriendo kilómetros.
Y llegaba la hora de tomar una un nueva referencia, el kilómetro 30, en ese momento llevaba 2h 37´04”, el ritmo de carrera hasta ese punto era de 5:14 min/km, y ese intervalo de 5 kilómetros lo había hecho en 26´18”.
Llegaba el momento en el que se dice que empieza el maratón, estás a solo doce kilómetros de la meta, pero ya llevas treinta kilómetros en las piernas, aunque en lo que a mí respecta, me encontraba bastante bien, tanto física como mentalmente, además, en los últimos kilómetros llevaba la referencia de un corredor de Costa Rica, que unos metros por delante de mí, iba marcando un ritmo que se adecuaba al mío.
En este nuevo intervalo de cinco kilómetros, llegó un nuevo momento malo, tocaba tomar el tercer paquete de gominolas, en este caso con cafeína, misma operación que anteriormente, y mismo sufrimiento, hasta el punto que de las cuatro gominolas decidí tomarme solo dos.
La verdad es que es muy curioso, el correr sin GPS no me había afectado mentalmente, tampoco los tramos de viento, y sin embargo, el tener que tomar las gominolas estaba logrando sacarme del maratón, así que siendo consciente de que era una decisión arriesgada, opté por no tomar nada más en lo que quedaba de carrera. Este trance, también supuso que perdiese la referencia del corredor de Costa Rica, ya que tuve que bajar el ritmo, y el otro corredor se me fue.
Tras ello cruzamos por sexta y última vez el río, de nuevo los espectadores empezaban a agolparse a ambos lados, más según nos acercábamos a Chinatown, donde entre los espectadores se encontraban mi mujer y el peque. En esta ocasión los vi mientras girábamos, y pude saludarles y sonreírles, transmitiéndoles que todo iba bien.
Una vez dejamos atrás Chinatown, nos encontramos con el PK35, que hice en un tiempo de 3h 03´37”, ritmo de carrera 5:15 min/km, siendo ese el peor parcial de todo el maratón, ya que lo hice en 26´33”. No me encontraba mal de piernas, así que entendí que esa bajada de ritmo fue debida al momento de comerme las gominolas, en el que desconecté un poco de la carrera.
Ahora corríamos de nuevo por una zona residencial, de edificios bajos, en paralelo a la carretera, y sin apenas animación. Me habían hablado de la animación del público en el Maratón de Chicago, que congrega más de millón y medio de espectadores, y la verdad es que en ese aspecto, comparado con Nueva York o con Berlín, se queda un poco atrás. Es cierto que hay mucho público, pero se concentra en determinados puntos del recorrido, existiendo tramos de la carrera en los que la presencia de público es testimonial.
En mi mente ya solo pensaba en el kilómetro 40, y pasada la milla 24 (38,4 km), encaramos una larga recta que llegaba casi hasta la milla 26, y desde el comienzo de la recta, a lo lejos se podía ver el gran cartel azul que marcaba el kilómetro 40.
En esta recta de nuevo la gente se agolpaba a ambos lados, los gritos de ánimo iban en aumento según ibas avanzando por ella, y veías como poco a poco se acercaba el cartel azul, hasta que te veías junto a él, y a tu mente solo te viene la idea de que el maratón ya está hecho.
Por el cartel que marcaba el PK40 pasé con un tiempo de 3h 29´53”, a un ritmo de 5:15 min/km, haciendo el intervalo del 35 al 40 en 26´16”. Eso suponía mejor ritmo que en el intervalo anterior, y sobre todo, era el primer maratón en el que había conseguido llevar un ritmo más o menos constante en la carrera.
Había quedado con mi mujer en que iría a verme a ese punto, para darme la bandera de España, y así entrar con ella en meta. Ella llevaba un cortavientos fosforito que nos había regalado la agencia con la que viajamos, por lo que me fue fácil verla desde lejos, emocionado me fui hacia ellos, les di un abrazo, un beso, mi mujer me dio la bandera, y le di voz a la idea que me había venido al pasar por el PK40, y le dije “ya está hecho”.
Desde ese momento, decidí dejar de abstraerme, y disfrutar de lo que quedaba de maratón, bajaba el ritmo, me acercaba al público, chocaba las manos, saludaba a los españoles, que ondeaban la bandera, y me animaban al grito de “vamos España”, y entre los espectadores, me encontré de nuevo con el espectador que conozco virtualmente por instagram. Quedaba solo una milla para meta, y él me animó al grito de “solo queda una milla”, yo me acerqué a él, le choque la mano, y le di las gracias por los ánimos que me había dado hasta en tres puntos del maratón.
Continué haciendo el último tramo del maratón de la misma forma, pasé por un cartel que indicaba 800 metros, menos de un kilómetro para meta pensé. Seguí saludando y corriendo, encaraba el final de la larga recta, cartel de 400 metros, momento en el que me até la bandera al cuello. Desde que me la dio mi mujer la había llevado sobre los hombros, y en ese tramo, en el que cruzábamos un nuevo puente, en esta ocasión sobre las vías del tren, me la até al cuello a modo de capa.
Giramos a la izquierda, y encaramos la recta de meta, cartel de 200 metros, y llegó el momento del ritual, mirada al cielo, con los dos dedos índices señalándolo, di las gracias a mi abuela, por supuesto, mientras me acercaba a la línea de meta aplaudía y daba las gracias al público que había en esa zona, y sobre todo disfruté de cruzar una nueva meta de un maratón, la octava, la de mi tercer major.
El tiempo en meta fue de 3h 42´17”, a un ritmo de 5:16 min/km, siendo mi mejor marca en un maratón, mejorando hasta mis perspectivas más optimistas, y lo más positivo de todo, es que física y mentalmente, durante toda la carrera me había encontrado muy bien, sin duda los entrenamientos, habían dado su fruto. A título informativo, decir que el GPS al final del maratón me marcó 44,370 km, es decir, acumuló un error de más de dos kilómetros.
De la organización del maratón, me quedó un gran sabor de boca, los avituallamientos, la cantidad de voluntarios que hay, el trato al corredor tanto antes, durante y después de cruzar la meta, siempre sonriéndote, animándote, felicitándote, siempre atentos. El público, una pena las zonas en las que corres prácticamente solo, pero en las zonas en las que se congregaban siempre están animando y tirando de ti, y al igual que en Nueva York, te felicitan cuando te ven con la medalla colgada tras el maratón.
En comparación con Berlín y Nueva York, indicar que en Chicago tanto el acceso a la línea de salida, como después cuando acabas y quieres salir de la zona, es mucho más fluido y cómodo. En resumen, un maratón muy recomendable.
Pasado el medio maratón, ya de nuevo entre rascacielos, chute de energía al ver a mi mujer y al peque, aunque bueno, en esta ocasión si no me avisan ellos, yo nos los hubiese visto, ya que justo me pillaron mirando el GPS, y haciendo cálculos mentales de mi paso por el medio maratón. Poco después de nuevo me encontré con el espectador español, que en esta ocasión me grito “vamos Manu!!”. Y tras estos momentos de emoción y ánimos, cruzábamos nuevamente un puente, la quinta vez, y todavía nos quedaba un sexto paso sobre el río. Los puentes como indiqué en la parte I, son de rejilla abierta y la organización había puesto una alfombra para que la pisada no fuese tan molesta, aunque eso solo conseguía mitigarlo en parte.
Encarábamos una larga recta, dejando atrás los rascacielos y entrando en una zona más residencial. De nuevo, un momento de la carrera en la que, aunque había gente animando, no era tanto como en la zona que acabábamos de dejar atrás.
En torno a las dos horas de carrera tocaba tomar un nuevo paquete de gominolas, y de nuevo llegaba el sufrimiento, nariz taponada, vaso de agua helada, cuatro gominolas, había que masticarlas de una en una, a la vez que mantienes el ritmo y respiras por la boca… una verdadera odisea, que salvé como pude, intentando no perder mucho ritmo, y jurándome a mí mismo que era el último maratón en el que tomaba gominolas, para el próximo volvería a los geles.
Al final de la larga recta girábamos a la izquierda y nos encontrábamos con el PK25, por el que pasé con un tiempo de 2h 10´46”, a un ritmo de 5:14 min/km, haciendo el tramo desde el kilómetro 20 al 25 en 26´07”. En ese momento llevaba ya tres parciales de 5 kilómetros corriendo por sensaciones, olvidándome del GPS, y la verdad es que no me estaba yendo nada mal, ya que mantenía un ritmo regular, en el que me encontraba bastante cómodo, aunque también es verdad, que quedaban por delante los kilómetros más duros de un maratón, donde el ritmo suele resentirse.
Pasado el kilómetro 25, volvimos a encarar una larga recta de más de una milla, seguíamos corriendo por la zona residencial, deshaciendo el camino que habíamos hecho anteriormente, volviendo hacia el río. En ese momento del maratón son tan importante las piernas como la cabeza, y yo intenté motivarme con recuerdos, como los entrenamientos que hice por mi pueblo con altas temperaturas, o también venían a mi mente las dos últimas tiradas largas, de 18 y 16 kilómetros, que había compartido con mis compañeras de Adidas Runners Madrid, que tan amenas me resultaron, y que en ese momento me ayudaban a seguir recorriendo kilómetros.
Y llegaba la hora de tomar una un nueva referencia, el kilómetro 30, en ese momento llevaba 2h 37´04”, el ritmo de carrera hasta ese punto era de 5:14 min/km, y ese intervalo de 5 kilómetros lo había hecho en 26´18”.
Llegaba el momento en el que se dice que empieza el maratón, estás a solo doce kilómetros de la meta, pero ya llevas treinta kilómetros en las piernas, aunque en lo que a mí respecta, me encontraba bastante bien, tanto física como mentalmente, además, en los últimos kilómetros llevaba la referencia de un corredor de Costa Rica, que unos metros por delante de mí, iba marcando un ritmo que se adecuaba al mío.
En este nuevo intervalo de cinco kilómetros, llegó un nuevo momento malo, tocaba tomar el tercer paquete de gominolas, en este caso con cafeína, misma operación que anteriormente, y mismo sufrimiento, hasta el punto que de las cuatro gominolas decidí tomarme solo dos.
La verdad es que es muy curioso, el correr sin GPS no me había afectado mentalmente, tampoco los tramos de viento, y sin embargo, el tener que tomar las gominolas estaba logrando sacarme del maratón, así que siendo consciente de que era una decisión arriesgada, opté por no tomar nada más en lo que quedaba de carrera. Este trance, también supuso que perdiese la referencia del corredor de Costa Rica, ya que tuve que bajar el ritmo, y el otro corredor se me fue.
Tras ello cruzamos por sexta y última vez el río, de nuevo los espectadores empezaban a agolparse a ambos lados, más según nos acercábamos a Chinatown, donde entre los espectadores se encontraban mi mujer y el peque. En esta ocasión los vi mientras girábamos, y pude saludarles y sonreírles, transmitiéndoles que todo iba bien.
Una vez dejamos atrás Chinatown, nos encontramos con el PK35, que hice en un tiempo de 3h 03´37”, ritmo de carrera 5:15 min/km, siendo ese el peor parcial de todo el maratón, ya que lo hice en 26´33”. No me encontraba mal de piernas, así que entendí que esa bajada de ritmo fue debida al momento de comerme las gominolas, en el que desconecté un poco de la carrera.
Ahora corríamos de nuevo por una zona residencial, de edificios bajos, en paralelo a la carretera, y sin apenas animación. Me habían hablado de la animación del público en el Maratón de Chicago, que congrega más de millón y medio de espectadores, y la verdad es que en ese aspecto, comparado con Nueva York o con Berlín, se queda un poco atrás. Es cierto que hay mucho público, pero se concentra en determinados puntos del recorrido, existiendo tramos de la carrera en los que la presencia de público es testimonial.
En mi mente ya solo pensaba en el kilómetro 40, y pasada la milla 24 (38,4 km), encaramos una larga recta que llegaba casi hasta la milla 26, y desde el comienzo de la recta, a lo lejos se podía ver el gran cartel azul que marcaba el kilómetro 40.
En esta recta de nuevo la gente se agolpaba a ambos lados, los gritos de ánimo iban en aumento según ibas avanzando por ella, y veías como poco a poco se acercaba el cartel azul, hasta que te veías junto a él, y a tu mente solo te viene la idea de que el maratón ya está hecho.
Por el cartel que marcaba el PK40 pasé con un tiempo de 3h 29´53”, a un ritmo de 5:15 min/km, haciendo el intervalo del 35 al 40 en 26´16”. Eso suponía mejor ritmo que en el intervalo anterior, y sobre todo, era el primer maratón en el que había conseguido llevar un ritmo más o menos constante en la carrera.
Había quedado con mi mujer en que iría a verme a ese punto, para darme la bandera de España, y así entrar con ella en meta. Ella llevaba un cortavientos fosforito que nos había regalado la agencia con la que viajamos, por lo que me fue fácil verla desde lejos, emocionado me fui hacia ellos, les di un abrazo, un beso, mi mujer me dio la bandera, y le di voz a la idea que me había venido al pasar por el PK40, y le dije “ya está hecho”.
Desde ese momento, decidí dejar de abstraerme, y disfrutar de lo que quedaba de maratón, bajaba el ritmo, me acercaba al público, chocaba las manos, saludaba a los españoles, que ondeaban la bandera, y me animaban al grito de “vamos España”, y entre los espectadores, me encontré de nuevo con el espectador que conozco virtualmente por instagram. Quedaba solo una milla para meta, y él me animó al grito de “solo queda una milla”, yo me acerqué a él, le choque la mano, y le di las gracias por los ánimos que me había dado hasta en tres puntos del maratón.
Continué haciendo el último tramo del maratón de la misma forma, pasé por un cartel que indicaba 800 metros, menos de un kilómetro para meta pensé. Seguí saludando y corriendo, encaraba el final de la larga recta, cartel de 400 metros, momento en el que me até la bandera al cuello. Desde que me la dio mi mujer la había llevado sobre los hombros, y en ese tramo, en el que cruzábamos un nuevo puente, en esta ocasión sobre las vías del tren, me la até al cuello a modo de capa.
Giramos a la izquierda, y encaramos la recta de meta, cartel de 200 metros, y llegó el momento del ritual, mirada al cielo, con los dos dedos índices señalándolo, di las gracias a mi abuela, por supuesto, mientras me acercaba a la línea de meta aplaudía y daba las gracias al público que había en esa zona, y sobre todo disfruté de cruzar una nueva meta de un maratón, la octava, la de mi tercer major.
El tiempo en meta fue de 3h 42´17”, a un ritmo de 5:16 min/km, siendo mi mejor marca en un maratón, mejorando hasta mis perspectivas más optimistas, y lo más positivo de todo, es que física y mentalmente, durante toda la carrera me había encontrado muy bien, sin duda los entrenamientos, habían dado su fruto. A título informativo, decir que el GPS al final del maratón me marcó 44,370 km, es decir, acumuló un error de más de dos kilómetros.
De la organización del maratón, me quedó un gran sabor de boca, los avituallamientos, la cantidad de voluntarios que hay, el trato al corredor tanto antes, durante y después de cruzar la meta, siempre sonriéndote, animándote, felicitándote, siempre atentos. El público, una pena las zonas en las que corres prácticamente solo, pero en las zonas en las que se congregaban siempre están animando y tirando de ti, y al igual que en Nueva York, te felicitan cuando te ven con la medalla colgada tras el maratón.
En comparación con Berlín y Nueva York, indicar que en Chicago tanto el acceso a la línea de salida, como después cuando acabas y quieres salir de la zona, es mucho más fluido y cómodo. En resumen, un maratón muy recomendable.
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